2/11/09

"Un siervo, un admirador, un esclavo"....


Acaba de morir el gran José Luis López Vazquez.
Nos vamos quedando huérfanos de grandes actores.
Los burgomaestres, siempre tan atentos, logran la mejor elegía posible...


Sólo José Luis...

Nos hacía bien pensar que estaba vivo y es una tragedia insoportable saber que ha muerto. José Luis era (es) parte de nosotros mismos y saber que ha fallecido nos duele más de lo que podíamos sospechar. José Luis López Vázquez de la Torre, aquel niño introvertido y melancólico que había venido al mundo un doce de marzo de 1922 difícilmente podía imaginar hasta qué punto estaría presente en las vidas de sus compatriotas a lo largo de más de cuatro décadas de labor interpretativa que fueron mucho más que eso.

Porque José Luis no se limitó a ser un actor más, por mucho que su ambición, a menudo, se redujera a trabajar tanto como le fuera posible, para, sencillamente, superar su temor a recaer en la estrechez económica en la que se crió. José Luis, sin proponérselo, encarnó y dio sustancia a todas las caras posibles que somos capaces de reconocer. Poseedor de una poderosa magia inaprensible para el común de los mortales, José Luis nos mostró a los espectadores tantos reflejos como otras tantas miradas se le dirigieron. Desplegó su arte ante los asombrados ojos del público con tanta magnificencia como ante los ojos de sus directores. Maravilló al avispado Berlanga con sus “revoleras interpretativas” en algunas de sus mejores películas, como fueron “Novio a la vista” o “Plácido”; deslumbró a su amigo José María Forqué brindándole una actuación estelar en “Atraco a las tres”; dio sentido a la inspiración de Armiñán cuando, en el colmo de la versatilidad, y habiendo ya acuñado el prototipo del español medio para la posteridad, se atrevió con un personaje femenino inolvidable en “Mi querida señorita”; fue también, para el atinado Fernando Palacios, el padrino de la familia más grande del cine español; a las órdenes del prolífico Lazaga ejecutó rumbosamente los más complejos artificios cómicos; girando la máscara del caricato, se ciñó a los hoscos dictados del grave Saura, mostrando la negrura del alma consciente; ya definidos los ilimitados límites de su exposición actoral, se dejó encerrar por Mercero en la cabina donde quedarían apresadas las pesadillas de un país, colgado del televisor; formando pareja con la entrañable Gracita Morales se despellejó las manos destripando los terrones del terrenal Ozores; hasta tuvo el placer de completar el reparto de un film de su admirado George Cukor, cuando figuró en la internacional “Viajes con mi tía”.

José Luis fue todo eso y muchísimo más, tanto que pasará largo tiempo antes de que seamos conscientes de hasta qué punto es enorme su pérdida. Sólo él fue capaz de, siendo él mismo, ser a un tiempo Groucho y Charlot, para pasar a ser, a renglón seguido, un hombre en el laberinto de la melancolía, por el simple procedimiento de quitarse los afeites del rostro.
Hoy este burgo está dolorido. Se le ha ido José Luis, alguien a quien no llegó a conocer, pero a quien tuvo siempre tan cerca como su propia vida, alguien de quien habría querido ser más que un amigo: un siervo, un admirador, un esclavo...
(vía Lady Filstrup)

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